El proyecto de la estación de Jungfraujoch fue aprobado hace 100 años y se puso en marcha en un momento de euforia industrializadora en toda Europa. Este tren, el más alto de Europa, es contemporáneo de la torre Eiffel y es producto de la fascinación colectiva de los suizos por la red ferroviaria, un espíritu que sigue presente hoy en día en el país más montañoso de Europa.
El resultado, inaugurado en agosto de 1912, fue el segundo tren cremallera más alto del mundo (por detrás del Pike's Pike estadounidense, que sube hasta los 4.302 metros de altura) y el que más distancia recorre dentro de un túnel (7.300 metros).
Urs Kessler, consejero delegado de Jungfrau Railway, afirma que hoy, 100 años después de su entrada en funcionamiento, sería impensable un proyecto de estas características.
A bordo de uno de los trenes que tardan algo más de dos horas en unir la localidad de Interlaken con Jungfraujoch, Kessler explica que esta vía ferroviaria es una obra que se adelantó a su tiempo y que hoy sería "inconcebible".
"No solo por el dinero. Nadie se metería hoy en una aventura financieramente tan costosa. Física y técnicamente, podríamos llegar hasta la cima del Jungfrau (4.158 metros), pero sería imposible lograr los permisos legales, dada la influencia actual de los movimientos ecologistas", dice Kessler.
Jungfraujoch es un lugar de parada obligatoria para cientos de miles de asiáticos que anualmente visitan Suiza. Jungfrau Railway quiere seguir vendiendo imagen, aunque su consejero delegado asegura que "no queremos ser un Disneylandia".
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