Chingaza, donde se produce el 80 por ciento del agua potable que toman los bogotanos, es una de las 56 áreas protegidas que hacen parte del sistema de Parques Nacionales Naturales, y que equivalen al 12 por ciento del territorio de Colombia.
Este es un destino ideal para quienes gustan de contemplar ríos, montañas, lagunas y valles; para aquellas personas que disfrutan del silencio mientras observan venados, patos, colibríes, águilas o cóndores.
Aquí también habitan osos de anteojos, dantas de páramo y pumas. Se estima que cerca de la laguna de Chingaza hay al menos 383 especies de plantas y que la flora supera las 2.000 especies.
Un templo para la naturaleza
Son las 6 de la mañana. El humo expulsado por los carros y los buses que a esta hora comienzan a colmar la carrera séptima con calle 85 va quedando atrás a medida que nos dirigimos hacia La Calera, en los cerros orientales de Bogotá.
Mientras más subimos la cuesta, mejor es la vista que apreciamos de este monstruo de ciudad que es la capital, cuyos habitantes dependen en un 80 por ciento del agua que nace en el lugar a donde vamos: el Parque Nacional Natural Chingaza.
Media hora después de haber salido ya se respira mejor. Luego de parar en La Calera a desayunar chocolate caliente y arepas rellenas de queso, tomamos una carretera destapada que pasa al lado de lo que hace años fue una planta de producción de cemento y que nos adentra en cerros en los que predomina la vegetación tupida de bosque andino.
Este es apenas uno de los ecosistemas de Chingaza, cuyas 76.600 hectáreas se encuentran entre los 800 y los 4.020 metros sobre el nivel del mar, compartidas por los departamentos de Meta y Cundinamarca. La temperatura en el parque oscila entre los 4 y los 21,5 grados centígrados, pero la sensación térmica en la zona que visitamos hoy, especialmente a esta hora, es semejante a la que produce una nevera.
Árboles grandes van dando paso a otros más pequeños, que se adaptan así a la mayor altura, al frío y al hecho de que la tierra, a medida que trepamos, es menos fértil.
Estamos a unos 3.200 m. s. n. m. y vemos musgos blancuzcos que cuelgan de algunos arbustos. Aquí la belleza está en el silencio y en la tranquilidad, que permiten descubrir lentamente bajo la hierba flores minúsculas de colores amarillos, azules y violetas. A Chingaza no se puede venir de afán.
Poco antes de llegar a la entrada del parque, la naturaleza nos hace un regalo maravilloso cuando vemos una venada de cola blanca que pasta a la orilla de la carretera. El animal, en vez de huir, nos mira con curiosidad y sigue alimentándose como si nada. Ni siquiera cuando nos acercamos para tomarle fotos siente temor.
Abundan los frailejones. También, cojines de musgos amarillentos, que tienen capacidad para absorber hasta 40 veces su peso en agua. La guardan y la van soltando poco a poco hasta que se forman hilillos que a su vez dan origen a quebradas y ríos.
A 3.800 m. s. n. m., cerca del sitio conocido como La Mina -debido a que allí funcionó hasta 1989 una calera-, en varios pozos se acumula el agua que nace más arriba. El sabor mineral de esta agua es delicioso, distinto a todo.